por rufino hernando

fiesta de la ermita

Fiesta de la Ermita de Horcajo de la Ribera y Navasequilla

Cada tercer domingo del mes de junio se celebra una romería un tanto especial entre Horcajo de la Ribera y Navasequilla. La ermita de la Virgen de la Concepción que comparten en un sitio privilegiado, unido a la floración del piorno en flor en la Sierra de Gredos, hacen de esta celebración un lugar excepcional para pasar el día, disfrutar de la naturaleza, tomar algo en la esplanada y conocer una tradición muy arraiga en estos pueblos de la serranía abulense.

Para celebrar la celebración el próximo domingo 16 de junio, Rufino Hernando, ha escrito para vosotros una de sus historias de la zona que no tiene desperdicio.

Disfrutad de su relato y no dudes en leer más en su blog “serrano” http://www.cafedetizon.blogspot.com y si te acercas no dudes en subir a la cama de la Virgen y disfrutar el paisaje.

sueño o realidad

Cuando en alguna ocasión he realizado uno de esos cursos que dicen que rebajan el nivel de estrés y el ponente, a punto ya de terminar la sesión, nos dice con voz aterciopelada que invita al sueño, que imaginemos un paisaje y nos sumerjamos en él, yo siempre viajo al mismo sitio: La Cama de la Virgen.

Me sitúo en la era que está frente a la ermita y en un pispás (ventajas de la imaginación) ya estoy arriba, en lo más alto. Pienso en un soleado día de junio, me paro y voy recorriendo el entorno, como si la vista fuera una cámara que girara lentamente sobre un trípode: los tejados de Navasequilla, que emergen rojos entre el verdor de las dehesas, el viejo molino arrullado por la chorrera que espumea entre las canchos imponentes de la Asomadilla, el pueblo de Zapardiel acostado entre los prados; los pinares de Hoyos, y el río Tormes que se adivina azul y bravo marcando el límite de la sierra, amarilla de piornos en flor.

La Mogota y el Circo, gigantes eternos, mezclan su blancor impoluto con el algodón gris de las nubes. Giro un poco más y me paro en la pared larguísima que divide los términos de La Angostura -abajo, muy abajo, como un pequeño belén- y de la Aliseda, cuyas casas luminosas se reflejan en el charco de la iglesia. Y más allá, los pueblos ricos de la margen izquierda, escondidos entre un bosque de robles y frutales. Al fondo, la sierra gris que desciende suavemente en el Puerto de Castilla, paso natural hacia Extremadura y que se eleva nuevamente en los confines de La Covatilla. Miro al suelo y me paro ante las piedras limpias de musgo que simulan la cama y que ahora dan nombre al lugar que antes fue castro y posiblemente refugio de vettones y, después, de otros hombres y otros pueblos.

Levanto la vista y miro abajo hasta enmarcar el pueblo de Horcajo, largo y estrecho, varado entre las gargantas como un barco gobernado por las piedras de la iglesia. Enfrente, El Frontón, reventando de amarillo y verde, pone fin al viaje que termina en la casita de tejas rojas y paredes blancas que se levanta al lado de la carretera. Es la ermita de la Virgen de la Concepción.

Cierro los ojos y veo el entorno lleno gente que se agolpa en torno a la puerta, abierta de par en par. Oigo los cánticos y espero hasta que se abre un pasillo y sale La Virgen en su estrado llevado por los fieles que se quedaron con los banzos el año anterior. Suena la charanga y cantan los feligreses. Dan una vuelta al recinto en sonora procesión y luego sitúan la imagen en la puerta para subastar las andas. Oigo nítida la voz del pregonero que anima a la particiapación. “Venga, que a este pregón va. Que nadie se quede con las ganas” e imagino a la gente de antes echando cuentas sobre la importancia de la promesa y el valor del palo, rogando mentalmente que nadie puje más que él, mientras se oye finalmente, el “que buen provecho le haga” que otorga el derecho de sacar a La Virgen el año próximo. Que aquí nos veamos todos.

Suena la música y hombres y mujeres bailan sobre la verde hierba de la era. El tenderete de las almendras, los dos barecillos montados para la ocasión, las voces y carreras de los niños y los caballos de los que prefieren subir a lomos de estos animales ponen una nota de color y de alegría en este lugar habitualmente silencioso, quizá el mirador más privilegiado de la sierra de Gredos en su parte central.

 

Pero, para los habitantes de Horcajo y de Navasequilla no se trata sólo de un entorno físico: es algo más; sobre todo algo relacionado con lo psicológico. Se trata de un lugar capaz de enternecer el corazón; de un lugar que, además, aúna la voluntad de dos pueblos desde tiempos inmemoriales.

La voluntad de construir una ermita, allá por los comienzos del siglo XVIII si hemos de hacer caso a la piedra que cierra la arcada de la puerta. Una ermita que hubo de servir de parroquia en los últimos años del s. XIX cuando la iglesia de Horcajo estuvo en ruinas, como se recoge en algunas partidas de bautismo de la época. La voluntad de reconstruir la misma ermita cuando esta sufrió los rigores del tiempo, perdió su tejado y estuvo a punto de desaparecer, convirtiéndose en una más de las muchas reliquias que jalonan nuestra geografía. La voluntad de superar las desavenencias entre los dos pueblos que, llevados por el amor a su Virgen, pelearon por tener en sus iglesias respectivas la imagen mientras que duró el tiempo de la reconstrucción.

Y, por fin, la voluntad de conservar la fiesta; de mantener en estos días de junio abierta a los fieles del entorno la posibilidad de venir a expresar su agradecimiento, a suplicar o, sencillamente, a contemplar este paisaje admirable que la Naturaleza nos brinda.

RHM
Junio 2013