Estampa de Castilla y León: Selección de los artículos etnográficos y costumbristas entre 1928 y 1936. Edición José Manuel Fraile.

las elecciones Donde nadie fue a verlas

Este entrada presenta un artículo obtenido del libro Estampa de Castilla y León, y muestra de manera detallada el transcurrir de las elecciones celebradas allá por el año 1933.

Espero disfrutéis de esta información ya que muestra de primera mano la forma de vivir y pensar en nuestro pueblo hace de casi 100 años: la forma de vida, su forma de pensar, y el transcurso de la jornada electoral así como el papel fundamental de la mujer de la época en la vida diaria y en la gestión del pueblo.

HACIA LAS REGIONES DONDE NO LLEGA LA POLÍTICA

He salido de Madrid antes de la madrugada. En las fachadas de la Gran Vía, los carteles de propaganda gritan al elector sus últimos argumentos. De un coche que cruza rápido calles solitarias, surge un vuelo de hojas de papel…

Y empieza la carretera. Los indicadores de curva recomiendan la candidatura comunista; las fachadas de los peones camineros, dicen que conviene votar a los socialistas… Llegando a Torrelodones, unas letras enormes, pintadas en la carretera, ordenan: “¡Votad a las derechas!”

Nieve en el puerto de León. Afiches rojos sobre un fondo blanco desenfocados por la niebla. Cerca de Ávila, tres hombres caminan carretera adelante; uno de ellos lleva una urna.

Paso Ávila. Luego, Piedrahita. La carretera empieza a trepar por las estribaciones de Gredos. Ni un solo cartel de propaganda electoral ni un solo letrero. La política se detiene aquí… Al través de unos desgarrones de nubes asoman las cumbres blancas, eternas, que no podrá derribar ninguna votación.

“A nosotros siempre nos manda el mismo…”

BOHOYO

Bohoyo, aldea serrana, hace su vida de siempre. Las mozas, con el sombrero de paja trenzada que se usa en Barco de Ávila; los hombres, vestidos de cuero y piel de carnero. Todos van a sus faenas.

Cruza un rebaño de cabras. La fuente se anima poco a poco de risas femeninas. Un viejo pastor grita: ¡Esas mozas…, a votar!

Las mozas se ríen, pero, de pronto, les da vergüenza. Enrojecen bajo el sombrerito de paja y huyen por las callejuelas inundadas.

Se vota en una habitación obscura. Sobre la mesa hay una urna de madera y hierro, que no podría romperse ni con dinamita. A la puerta, dos mozos reparten candidaturas.

-Toma, y échala ahí dentro dicen a todo el mundo. Muchas viejas traen, cuidadosamente guardado, un pedazo de papel manuscrito.

– ¿Qué echa usted, abuela? le preguntan los de la mesa, inquietos.

– Ya sé yo lo que hago gruñe la viejecita.

Votan en seguida y se marchan. Los pastores con sus rebaños, los labradores, azada al hombro, con la yunta de bueyes; las mujeres con los chiquillos.

– ¿A quienes votan ustedes? –les he preguntado-.

– A unos señores que tienen sus nombres escritos ahí, en unos papelillos.

No les interesa la política. Suponen que nada les puede ofrecer. ¡Viven tan lejos de todos, tan indefensos!

Entonces insisto,

– ¿lo mismo les da que gobiernen unos que otros?

– A nosotros, -me contesta un mozo-, siempre nos manda el mismo, aunque cambien los señoritos de Madrid y de las capitales. Y luego las cosas de Dios: las lluvias, las nieves, las cosechas que se dan bien o se dan mal, las epidemias del ganado…

A las nueve de la mañana han votados casi todos los vecinos de Bohoyo. Las mujeres se retrasan un poco, porque han decidido hacerlo después de misa. Pero no les preocupa gran cosa. Las mozas sólo piensan en que es domingo y que el baile empezará en la plaza después de la comida.

Un pueblo de pastores

Un kilómetro antes de llegar a Horcajo de la Rivera empieza la nieve.

Es un pueblo de pastores trashumantes, donde las mujeres conocen la soledad durante el éxodo de los rebaños hacia Extremadura. Hace unos meses, ninguna carretera, ningún camino llegaba hasta allí. Así es que se bastan ellos mismos.

“¿Seguirán marchándose nuestros hombres todos los años con el ganado a la Extremadura?”

Tejen burdas telas, cortan trajes en la piel de las bestias y saben resistir el hambre. Las mujeres van curiosamente ataviadas. Llevan varias faldas, unas encima de otras, pero la última se la echan encima de la cabeza como si fuera un manto. Los hombres visten el traje de cuero de pastor y una pelliza de carnero.

Hay un grupo de hombres y mujeres frente a la escuela del lugar. Unos viejecitos, bien arropados comentan:

– Tío Cachucho, ¿será esta la última?

– Aún espero vivir el año próximo –dice el viejo sin gran entusiasmo-.

Todas las mujeres votan. Son ellas las más decididas.

– Como se quedan con los asuntos del pueblo mientras llevamos los rebaños a Extremadura, me explica un mozo, ¡pues están “acostumbrás”!.

Hay votos de derechas y hay votos socialistas. ¿Quién iba a esperar una lucha política en una aldea perdida de España?

Nos han “espabilao” en los viajes –dice un pastor-. Allá, en Extremadura, hemos oído decir a unos hombres que todos “semos” iguales, que sólo el que trabaja tiene derecho a comer, que había que repartir la tierra…

Una mujer le interrumpe:

– Pues yo le he oído decir al sobrino de un señor cura de Piedrahita, que todo eso es mentira.

El pastor se encoge de hombros. En el fondo, le da todo igual. Lo único que desea es que no haya tormentas, que el ganado no se pierda, que los pastos estén en buenas condiciones… Y en todo esto los partidos no tienen gran influencia.

Un viejecito se acerca.

– Tengo ochenta años -me dice-. Tanto camino he recorrido con el rebaño, que no hay números para contar las fuentes en las que he bebido… También he votado otras veces. Recuerdo que un año vino un señor de Ávila a vernos.

Me enseña las tierras, blancas y luminosas, que cierran el horizonte.

– Y nosotros hemos seguido caminando todos los años, en la misma época, por una vereda que atraviesa aquellos montes, con unos centenares de ovejas y una docena de mastines. Nadie ha cambiado nuestra manera de vivir. Nadie la cambiará…

 L. G. DE L.